El esclavo

“Si yo tengo un esclavo…” (El público, Federico García Lorca)

Escribió esta frase en la mugrienta pared con un trozo de un antiguo bastón que, aún no sabía cómo, había llegado a sus manos. Y se dijo que cada día intentaría completarla. Añadir algo. Algo que, quizás, diera sentido a los pocos momentos en que se sentía libre. ¿Libre? Pensó. ¿Libre? No. No había momentos de libertad.

“…soy algo”

“…soy alguien”

“…¿tu qué tienes?”

“…¿para qué te necesito?”

“…tendrá tu cara”

Ese día el trozo de bastón no resistió. Se rompió en dos pedacitos. Demasiado pequeños para ser útiles. Una lágrima se asomó por sus ojos cansados. Miró el suelo arenoso. Y, con su agrietado dedo, escribió:

“¿De qué le sirve un esclavo a un esclavo?”.

Un hilillo de sangre brotó por la rozadura de su grillete.

 

Despedido

“¿Sabes lo que se comenta en la redacción? Que hace unos años Gary pasó una temporada en un correccional por sobar a un niño de cuatro años” (Todo arrasado, todo quemado de Wells Tower)

En la redacción se comentan muchas cosas, no te lo creas todo.

Ya, pero de Gary… No sé, ahora que lo sé…

Ahora que lo sabes, no. Ahora que sabes que hay un rumor que dice que…

Vale, pues ahora que sé que hay un rumor que dice que Gary pasó un tiempo encerrado por abusar sexualmente de un bebé, pues qué quieres que te diga…

¿Qué me dices?

Pues que… pues que creo que tendríamos que despedirle.

¿Estás seguro?

Imagínate que en la fiesta de fin de curso llevamos cada uno a nuestros hijos a la redacción. ¿Qué haremos si está por aquí Gary? Yo no dejo que se acerque ami niño.

No, claro. ¿Y si el rumor es falso?

Con esa cara, seguro que no es falso. Además, si no lo ha hecho, lo hará.

¿Le despedimos, pues?

Sí.

De acuerdo. ¡Gary!

¿Si?

Ven un momento, por favor.