El esclavo

“Si yo tengo un esclavo…” (El público, Federico García Lorca)

Escribió esta frase en la mugrienta pared con un trozo de un antiguo bastón que, aún no sabía cómo, había llegado a sus manos. Y se dijo que cada día intentaría completarla. Añadir algo. Algo que, quizás, diera sentido a los pocos momentos en que se sentía libre. ¿Libre? Pensó. ¿Libre? No. No había momentos de libertad.

“…soy algo”

“…soy alguien”

“…¿tu qué tienes?”

“…¿para qué te necesito?”

“…tendrá tu cara”

Ese día el trozo de bastón no resistió. Se rompió en dos pedacitos. Demasiado pequeños para ser útiles. Una lágrima se asomó por sus ojos cansados. Miró el suelo arenoso. Y, con su agrietado dedo, escribió:

“¿De qué le sirve un esclavo a un esclavo?”.

Un hilillo de sangre brotó por la rozadura de su grillete.

 

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