Virus Real

(Text escrit per la inciativa #Coronavirusplays. Si algun actor el vol, que se’l faci seu)

Vale. Sí, sí. De acuerdo. Un momento. Es que se me escapa la risa, ¿sabes? Un momento, por favor.

Cierra los ojos. Respira profundamente.

Lo vuelvo a intentar. Venga. Ahora sí. A ver, que siete tomas no son tantas. Además, tenemos todo el tiempo del mundo, ¿no? No les viene de un minuto a toda esa gente.

Ríe.

Vale, era una bromita. Ahora en serio. Que la situación es grave. Pero es que, a ver, tampoco es tan fácil. En un momento histórico como este, mantener la compostura, mirar a cámara, concentrarse, hablar solemnemente, saber que miles, millones de personas, están pendientes de lo que tu dices, y en hora punta, pues cuesta. Cuesta lo suyo. Y sí, ya sé que la cosa va con el cargo, pero a mi, pensar en toda esa gente… joder, que se me escapa la risa. Vale, lo intento. Un momento, por favor. Necesito un poco de concentración.

Hace gárgaras, respira, hace alguna postura de yoga.

Vale, ahora sí. Empezamos. A ver. ¿A qué cámara miro? ¿A ésta? Vale. Vamos allá. “Buenas noches. Permitidme que me dirija a vosotros, en un momento de mucha inquietud y preocupación por esta crisis”. Un momento, un momento. ¿Quién me ha escrito el discurso? ¿Tu? Vale. ¿De donde eres, chaval? Da igual, da igual, no me importa. Es que me he permitido la licencia de hacer unos pequeños cambios para adaptarlo un poco a la realidad. Hay que adaptarse a lo que la gente demanda. Ser sinceros, transparentes, humanos, campechanos.

Se ríe

Vale. Allá voy. “Buenas noches. Permitidme que me dirija a vosotros, en un momento de mucha inquietud y preocupación por esta crisis de la ética del sistema y de sus instituciones que estamos viviendo no solo en España sino en toda Europa y en el resto del mundo. Esta tarde me he reunido con el Presidente del Gobierno y con el Comité Técnico anticorrupción para analizar las últimas informaciones sobre la corrupción de mi padre, y le he comunicado mi abdicación irrevocable a partir de hoy mismo”.

Se le escapa la risa.

Que nooooo, que era broma, no pongáis esa cara, que soy Rey, pero no gilipollas! Abdicar, ¿yo? Ay, inocentes. Venga, ahora sí: “Buenas noches. Permitidme que me dirija a vosotros, en un momento de mucha inquietud y preocupación por esta crisis sanitaria que estamos viviendo no solo en España sino en toda Europa y en el resto del mundo. Esta tarde me he reunido con el Presidente del Gobierno y con el Comité Técnico de Gestión del coronavirus para analizar las últimas informaciones sobre la epidemia y…”. Ay, es que no puedo, no puedo. Me da la risa. Seguimos mañana, ¿vale? Venga. Y lávate las manos al salir del Palacio, chaval. ¡Y cuida esa tos!

La balada de Jimmy & Johnny

Personajes:

Narrador (en cursiva)

Jimmy

Johnny

Frankie

Rachel

Sofía

 

Esta historia que os voy a contar empezó en la ya lejana década de los años 90 del siglo pasado. Es la historia del ascenso y la caída de dos jóvenes brillantes, ambiciosos y seductores, que se conocieron en la universidad y realizaron un largo recorrido juntos: Jimmy y Johnny. Aquellos fueron años difíciles para la juventud, años difíciles para los idealismos. En aquellos años de triunfo del individualismo, estos dos jóvenes formaron equipo y se convirtieron en una pareja temible, imbatible. Durante años asaltaron las aulas y el campus de la universidad. Eran, sin duda, los mejores alumnos. Eran unos líderes, unos referentes a quien todo el mundo respetaba y temía.

Johnny: Fueron unos años maravillosos, maldita sea. Daría mis dos brazos por volver a esos tiempos.

Johnny. Sin duda, el más pasional de los dos. Eso le llevó algunos problemillas. Pero también fue lo que le salvó en situaciones complicadas. Jimmy, en cambio, era un hombre de pocas palabras, pero infalible. O casi infalible.

Jimmy: Donde ponía el ojo, ponía la bala.

No ahorraron cadáveres por el camino. Rompieron corazones, como el de Rachel, esa muchacha inocente y encantadora que creyó todas las promesas de Johnny y quedó en el olvido.

Rachel: Mamá, ¡va a volver! Me ha dicho que volvería, y ¡va a volver!

Y rompieron, también, la dignidad de otros. Fue el caso de Frankie, un pobre chaval, que les veía como ídolos y a quien menospreciaron hasta hacerle caer en una depresión.

 Johnny: Por favor, Frankie, ¿Qué pretendes? Anda, deja de hacer el ridículo, y apártate de nuestro camino.

Frankie: Johnny, yo solo quiero ser como vosotros.

Jimmy: (Haciendo la forma de una pistola con los dedos y apuntando a la cabeza de Frankie) ¡Piñau!

Fue una época dorada, legendaria, de ascenso imparable. Pero toda subida tiene su bajada. Y la caída puede llegar a ser dolorosa. Muy dolorosa.

Johnny: Los dos sabíamos que llegaría el día en el que tendríamos que ponernos el uno frente al otro, y sabíamos que ese día algo se rompería para siempre. Lo que no sabíamos, quizás, era qué cartas estaríamos dispuestos a jugar llegada la hora.

Jimmy: Johnny y yo nunca hablamos de eso porqué, en realidad, los dos temíamos que llegara ese momento.

Y ese momento llegó. Fue un verano cálido como no recordaban ni los más viejos del lugar. Johnny y Jimmy, Jimmy y Johnny. Eran dos, pero solo uno podía ser el mejor. Durante el examen final se miraban de reojo, recelaban. Gotas de sudor hacían acto de presencia. Se conocían a la perfección. Sabían perfectamente cuáles eran los puntos fuertes y los puntos débiles el uno del otro. La espera desde el día del examen final hasta el día de las notas definitivas, pese a lo tórrido de las temperaturas, fue gélida. El día señalado, ambos se dirigieron, juntos, como habían hecho durante cuatro años, a los paneles de las notas. Los dos contuvieron la respiración mirando fijamente el listado de nombres y números.

Johnny: En aquél momento el tiempo se congeló. Fueron segundos que parecieron años.

Jimmy: Cuando vi las notas, no pude evitar sonreír. Aún me pregunto por qué.

Johnny, 9,88. Jimmy, 9,82.

Jimmy: Felicidades, muchacho.

Eso fue lo único que acertó a decir Jimmy antes de darse la vuelta e irse. Nadie le vio en mucho tiempo. Se le perdió el rastro por completo. Años después se supo que anduvo vagando por los lugares más pintorescos del país. Lugares que, ni él mismo, hubiera podido imaginar en sus años dorados. Hay quien dice, incluso, que se le vio entrar en alguna que otra ETT.

Jimmy: Fake news.

Quién sabe. No corren buenos tiempos para la información veraz. Sea como fuere, mientras a Jimmy se le perdió la pista, Johnny fue construyendo su propio imperio. En aquellos tiempos había aparecido un nuevo El Dorado: Autopistas de la comunicación le llamaban al principio. Internet. Las redes. Fue como la llegada del ferrocarril a Sacramento. Una revolución que cambiaría para siempre la economía mundial. Y aquí los perdedores no tendrían sitio.

Johnny: En aquél momento tenía dos opciones: convertirme en el nuevo Cable Hogue, aquél anticuado cowboy de Sam Peckinpah, que murió atropellado por un coche en medio del desierto de Arizona. O adaptarme a los nuevos tiempos y a las nuevas oportunidades que ofrecía la revolución tecnológica.

Aquello olía a mucho dinero, y Johnny se subió a lomos de la nueva fiebre del oro. Abandonó la diligencia, para montar en naves que le auguraban un futuro dorado. Era joven, ambicioso y brillante. Lo tenía todo por delante. El ascenso fue meteórico. Sus empresas se convirtieron en fábricas de hacer dinero. Su nombre y su fotografía aparecían en los principales medios de comunicación del país. Se aficionó a comprar y vender empresas. Aunque ello supusiera dejar el camino lleno de cadáveres de aspirantes a sheriff de los negocios del país.

 Y con el dinero llegaron los lujos y las fiestas. Y, por supuesto, las mujeres.

Sofía: Hola guapo.

Sofía. Esa mujer morena era especial. Tenía un aura que le hacía diferente. Desde el primer momento a Johnny le vino a la mente la magnética Joan Crawford de Johnny Guitar.

Sofía: Hola guapo.

Dos palabras bastaron para desestabilizar al hombre que hasta ese momento no había dejado lugar al sentimentalismo en su vida.

 Sofía: Hola guapo.

Johnny: Es..e..Es aaa mi?

Sofía: ¿A 38 grados y te tiemblan los labios, cowboy?

 Sofía ocupó, de repente, el lugar que Jimmy había dejado vacío, tiempo atrás. Los dos empezaron una nueva travesía a la conquista del dinero que sus negocios prometían. Arrasaron con todo lo que se les ponía delante. Utilizaron métodos agresivos, métodos que ni el mismo Johnny había imaginado antes. Invirtieron, especularon, engañaron. Su ambición sin límites les bañó en oro pero a la vez, les impidió, especialmente a Johnny, ver los nubarrones que se acercaban. Y llegó un día en que ya fue demasiado tarde.

 Sofía: ¿Oíste lo de Lehman Brothers?

Johnny: Sí. No me preocupa.

Sofía: A mí sí.

 Johnny no le dio importancia a ese “a mi sí” de Sofía.

 Sofía: A mí sí.

 Ignoraba que ese “a mí sí” era el principio del final.

Una mañana, cuando Johnny despertó, no encontró a nadie en el otro lado de la cama. Llamó a Sofía en tono juguetón:

 Johnny: Sofiaaaaa.

 Sofía no respondió.

 Johnny: Visto con el tiempo, me parece una escena lamentable.

 Y lo fué. Johnny buscó a Sofía desesperadamente por todos los rincones de la casa. No pudo evitar derrumbarse cuando entró en el baño y, escrito con el pintalabios más excitante de Sofía, leyó en el espejo esta frase:

 Sofía: Ha sido maravilloso cabalgar contigo todo este tiempo. Ahora nuestros caminos se tienen que separar, cowboy.

 Johnny: La caída no podía ser más brutal.

Sí, sí que podía. Y lo fue. Ese mismo día, Johnny descubrió que Sofía no se había esfumado sola. Se había esfumado con toda su fortuna. Después años de nadar en la abundancia, Johnny se había quedado sin blanca. Empezaba la caída a los infiernos. Johnny se encerró en casa. No salía de su habitación. Apenas comía, apenas se aseaba. Solo salía de casa para ir a un oscuro tugurio. Se sentaba en un extremo de la barra, bebía y no pagaba. Sus deudas etílicas aumentaron al mismo ritmo que aumentaba lo lamentable de su aspecto. Y fue en ese tugurio cuando, de repente, una noche le pareció ver, en el otro extremo de la barra, una silueta que le era muy familiar. Se frotó los ojos y, efectivamente, allí estaba él.

 Johnny: ¿Jimmy?

 Años después, infinitas historias después, Johnny y Jimmy volvían a estar en un mismo lugar.

 Johnny: ¡Jimmy! ¡Jimmy!

Jimmy: ¿Johnny?

Johnny: Estás igual que hace años, Jimmy.

Jimmy: No puedo decir lo mismo de ti, Johnny. Apestas.

Johnny: Bueno, sí, es que me ha caído encima un… Es que es largo de explicar, Jimmy.

Efectivamente, era largo de explicar. Las aventuras que ambos habían vivido desde aquella despedida en la universidad/

 

Jimmy: Felicidades, muchacho.

 eran tantas, que era imposible explicarlas en una breve conversación. Pero la noche en una solitaria barra de un oscuro antro da para mucho. Johnny estuvo horas hablando. No escatimó detalles. Explicó a Jimmy todas sus hazañas. Las más gloriosas y las más condenables. Sus éxitos y sus estafas. Sus amigos y sus enemigos. Y, cómo no, le habló de Sofía sin poder contener una lágrima. Johnny, sumergido en su leyenda, no sospechó del silencio de Jimmy.

 Johnny: Jimmy, Jimmy, Jimmy. ¡Qué alegría poder volver a cabalgar juntos! Vamos a volver a comernos el mundo juntos, Jimmy. ¿Nos vemos mañana en esta barra? Prometo asearme antes de venir.

Jimmy: Aquí estaré Johnny.

Pero Jimmy no volvió.

Johnny: ¡Va a volver! Me ha dicho que volvería, y ¡va a volver!

 No. No volvió. No era eso lo que le esperaba a Johnny aquella noche.

Johnny: ¿Cómo iba a sospechar yo lo que me esperaba? ¿Quién lo podía imaginar? Yo no, por supuesto.

Y es que cuando Johnny llevaba ya unos cuantos whiskys encima, la puerta del tugurio se abrió de repente de par en par. Y dos figuras, oscuras bajo la sombra de la entrada tugurio, se quedaron mirando fijamente a Johnny.

Rachel: Vaya, vaya, vaya. Pero mirad a quien tenemos aquí.

Frankie: Vaya, vaya, vaya…

Rachel: ¿No te acuerdas de nosotros, Johnny?

Frankie: Eso, ¿No te acuerdas de nosotros?

Johnny: Yo, francamente, estaba completamente borracho. No tenía la más mínima idea de quienes eran aquellos personajes.

Rachel: ¿Tendremos que hacer memoria?

Frankie: Eso, tendremos que hacer/

Rachel: ¡Cállate!

Frankie: Perdón, yo solo quería/

Rachel: Ay, Johnny, como cambian las cosas. Mírate. Tienes un aspecto lamentable. Pero qué chiquilla llegué a ser. No sé qué fue lo que vi en ti ¡Te esperé tanto tiempo!

Johnny: Ahí fue cuando empecé a recordar algo, vagamente… ¿Cómo se llamaba aquella chica? ¿Karen?

Rachel: ¡Maldito bastardo hijo de puta! ¡Rachel, soy Rachel!

Johnny: Rachel, eso, Rachel. Estás estupenda, la verdad es que lo estaba. Para ti no pasan los años, cariño.

Rachel: Para el carro, Johnny. No he venido para que me engatuses otra vez. Las cosas han cambiado mucho.

Frankie: Mucho.

Rachel: Ya no estás en situación de seducir a nadie.

Frankie: A nadie.

Rachel: Te esperé durante mucho tiempo. Estaba segura de que volverías. Y al final he tenido que volver yo.

Frankie: Y yo.

Rachel: Pero la espera ha valido la pena. Hace mucho tiempo que espero este momento. He ensayado miles de veces esta frase. Espero no ponerme nerviosa. Ahí va: Johnny, queda usted detenido bajo la acusación de estafa, extorsión, amenazas y blanqueo de dinero. ¿Hace falta que le lea sus derechos?

Johnny: No, no hacía falta. En un momento me pasó como en las películas: la mente se me llenó de todas las imágenes de mi vida. Ahora tengo también la imagen de mí mismo saliendo de aqula madriguera con las esposas puestas.

Rachel: Si es tan amable, acompáñeme a comisaría.

Frankie: Y a mí.

Este fue el triste epílogo de las hazañas de Johnny. Ese cowboy del siglo XXI que, después de conseguir todo lo que se había propuesto, acabó en la cárcel, delatado por su viejo amigo por un puñado de dólares.

 Jimmy: De Euros.

 Bueno, de Euros.

 Os preguntareis, seguramente, qué fue de nuestros protagonistas después de todo este tiempo.

 Johnny cuenta los días que le quedan para salir de la cárcel, que son muchos. Organiza timbas entre los presos e intenta sacar tajada de cualquier conflicto que hay en la cárcel. Asiste también a cursos de rehabilitación que le ofrecen los servicios penitenciarios.

 Johnny: Hoy me toca el de comercio justo y solidario.

 Jimmy, después de cobrar el puñado de euros, se esfumó. Se le ha perdido de nuevo la pista.

 Jimmy: Perdona un momento. ¿Cómo se me va ha haber perdido la pista si tú y yo estamos hablando?

 Sofía, esa morenaza, se tiñó de rubio para poder seguir haciendo lo que mejor se le da.

Sofía: Hola guapo.

Rachel, convertida en implacable comisaria, acumula medallas al mérito en su cruzada contra la delincuencia.

Rachel: De todos los delincuentes que conocí, Johnny fue el más… el más… Discúlpame, no puedo seguir.

¿Y Frankie? El pobre Frankie continúa buscando alguien a quién parecerse.

Frankie: Oye, ¿Y si me pareciera a ti?

¿A mí? No, yo soy un simple narrador.

Ahora sí. Aquí acaba la balada de Jimmy y Jonhy, dos hombres… y dos destinos.